Bebés Robados: La esperanza de Ligia Ceballos - Programa 6


La primera vez que viajó a España fue en 2005. Habían pasado cuatro años de todo aquello, la discusión con su marido, la charla con sus padres. Gracias a estos últimos sabía que su primer nombre había sido Diana Ortiz. Ligia solicitó su acta de nacimiento al Ministerio de Justicia de España. En nombre puso Diana Ortiz. En dirección, calle Bailén, 8, la del arzobispado. Ligia se volvió a Mérida y al tiempo le llegó una carta al consulado de España. Su acta de nacimiento. “En ese momento vi que era verdad. Porque no es lo mismo que te digan de forma verbal, a que tú veas un documento que diga, ‘oh, por Dios, sí soy esta persona”.

En 2009 o 2010, Ligia volvió a España. No recuerda la fecha con exactitud. A veces quiere explicarse muy rápido, como si temiera olvidar los pasos que ha dado para llegar hasta aquí. De nuevo en Madrid, fue al archivo regional buscando su primer nombre en el registro civil. Y lo encontró. Supo que sus padres adoptivos se la llevaron de la Inclusa, el Instituto Provincial de Puericultura de Madrid, un orfanato. ¿Cómo llegó ahí? Lo ignora. Pudo haber nacido en el hospital Santa Cristina, punto neurálgico de la supuesta red criminal durante años. Pudo haber nacido en otro. En su registro aparecían también los nombres de sus padres, Rafael y Marta. Solo eso, sus nombres de pila junto a la palabra “supuestos”.

En estos años, Ligia ha vuelto a España varias veces. Ha conocido a otras personas en su situación, ha hecho amigos, se ha emocionado y frustrado. Ha llorado. Entre 2011 y 2012, participó incluso en un documental para la tele francesa, Les enfants volés. Ahí aparece en algunas escenas con su padre adoptivo. Ella dice que le quiso acompañar en uno de sus viajes. En una escena aparecen los dos en un taxi, camino a la Inclusa. Llegan. Ella trata de que el otro haga memoria, pero el papá, que moriría poco después, solo se acuerda de entrar, de girar a la derecha, de… Entonces cruzan la calle, ella le señala el hospital Santa Cristina, muy cerca de ahí, en la calle O’Donell. Él le dice que qué hospital. “Santa Cristina, papá, Santa Cristina es un hospital. No te comportes como ‘no sé, no entiendo’. Allá ponían a los niños para venderlos, ¡punto!”. “Yo no he comprado nada”, se defiende él. “Tú no”, insiste ella, “porque tu venías con una carta”.

Fuente: El Pais


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